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Relatos salvajes en la montaña rusa del bitcoin

La criptomoneda, que sufrió un derrumbe en su valor, es considerada una revolución por algunos y puro humo por otros

Durante 2018, el esquema global computacional que sostiene el minado y la circulación de bitcoins, la moneda digital más exitosa, consumirá más energía que toda la Argentina en su conjunto. La conferencia anual de bitcoin de Norteamérica (TNBC), desarrollada en Miami, dejó de aceptar pagos de inscripción en la criptomoneda más popular -que en los últimos días sufrió una caída muy significativa de su valor- debido a sus "altas comisiones y congestión". El fin de la burbuja está cerca e implicará una catástrofe para ahorristas poco sofisticados, que apostaron todo su capital con la esperanza de obtener ganancias fabulosas y se quedarán sin nada.

 
 

Las tres noticias -o pronósticos- aparecieron en las últimas dos semanas. La primera es el título de un reporte de Morgan Stanley; la segunda surgió de un medio especializado de la comunidad de criptomonedas y rápidamente alcanzó titulares en medios más masivos, y la tercera es la posición editorial del The Economist, la revista de economía más prestigiosa del mundo, que asumió una postura hipercrítica con la fiebre de los bitcoins.

En los meses recientes, a medida que el valor de la moneda creada por Satoshi Nakamoto hace menos de diez años fue escalando, la balanza de cobertura mediática y análisis sobre este campo temático comenzó a inclinarse hacia el costado negativo. El halo crítico no sólo llegó al bitcoin -sobre lo cual en rigor hay una fuerte discusión sobre si se trata de una creación de valor real o puro humo-, sino también a todo el esquema de blockchain, la arquitectura de software descentralizada, no hackeable, imborrable y por la que cada operación es validada por todo el sistema. Un mantra de los más entusiastas del criptomundo sostiene algo así como: "Podemos discutir si Bitcoin está sobre o subvaluado, pero blockchain es la verdadera revolución", tal vez mayor que Internet en su momento, porque permitirá el surgimiento de miles de nuevas posibilidades de modelos de negocios y de políticas públicas, eliminando intermediarios. Pero hasta este terreno comenzó a ser puesto en duda, con decenas de ensayos que se preguntan si blockchain no será también una bomba de humo.

 

Manuel Aristarán es un científico de datos argentino, que investigó en el MIT y colaboró en su momento en la política de datos abiertos de Bahía Blanca, donde reside. Pero Aristarán tiene sus reservas con una iniciativa de blockchain llevada a cabo un mes atrás en esa ciudad, que fue anunciada como pionera en América Latina, por la cual se inscribieron subsidios culturales en esta arquitectura de software. "Fue un sistema complejísimo, vendido con bombos y platillos, que en mi opinión es un caso de libro de texto en el que una base de datos convencional podría haber solucionado el problema sin tanta complicación", explica Aristarán. "Creo que el entusiasmo de algunos políticos para con blockchain es solucionismo puro, como dice (el tecnoescéptico bielorruso Eugeni) Morozov. La confianza en la clase política está en picada en el mundo, si aparece un sistema que promete informatizar una tabla de salvataje, es natural que se entusiasmen".

 
 

El hecho de que blockchain sea "una solución en busca de un problema" es lo que para el capitalista de riesgo Andrew Parker lleva a que en la práctica haya pocos modelos de negocios escalando sobre esta nueva tecnología (o al menos muchos menos de los que se prometían a principios de 2017).

¿Por qué esta discusión se está bandeando a los extremos? ¿Por qué hay gente muy inteligente convencida de que estamos frente a una revolución tecnológica mayor que Internet y hay del otro lado también gente muy inteligente que piensa lo contrario?

 

Para Manuel Beaudroit, fundador y director de Bitex, una empresa argentina que desde 2012 trabaja con criptomonedas, hay una promesa de base muy ambiciosa que tocó un centro neurálgico de poder, lo cual lleva a que sea natural una polémica tan encarnizada. "Se está planteando disrumpir una industria (la financiera) de 500 años, lo cual generó un bullying mediático que es fomentado por actores muy poderosos que se sienten amenazados", dice. El argumento del consumo alto de energía es un ataque, según Baudroit, completamente desproporcionado, sobre un flanco lateral corregible, pero que no va al corazón de la promesa de las criptomonedas. "Me gustaría saber cuánto es la energía que consume el sistema financiero mundial, probablemente sea mayor que la de Estados Unidos", arriesga.

 

Sebastián Serrano es director de Ripio, una de las firmas estrellas en este negocio, que en noviembre logró recaudar 37 millones de dólares mediante un ICO para su red de créditos. "Es un debate muy álgido, como siempre sucede con modelos de negocios nuevos, para los cuales los modelos mentales de la economía tradicional no aplican", cuenta Serrano a LA NACION. Sucedió lo mismo al principio del furor puntocom, donde se debatían nuevos esquemas de valuación de empresas sobre variables que nunca se habían utilizado. "Allí hubo grandes fracasos, como Pet.com, pero también surgieron firmas como Amazon. Yo no tengo dudas de que el ecosistema de blockchain va a valer billones de dólares de aquí a un tiempo, lo que obviamente hoy es muy difícil de predecir es quién va a ser el Amazon y quién el Pet.com", explica.

Además de su complejidad, el debate por el criptouniverso tiene sus propios sesgos que embarran todavía más la cancha. Uno de ellos un comportamiento de "tribalismo": es muy difícil encontrar observadores neutrales en este campo, porque quienes están comprados en bitcoins se vuelven fanáticos y algo similar sucede entre quienes se "perdieron" la chance de capitalizar la oportunidad de inversión del siglo. Es un terreno fértil para cualquier tipo de sesgo de confirmación: cada bando solo les da importancia a los puntos que confirman su hipótesis apriorística.

 

Relacionado a lo anterior, también es muy difícil moverse de un extremo cuando se marca una posición inicial. Si The Economist sale fuerte con una nota editorial planteando el fin de la burbuja de bitcoin, es muy improbable que semanas más tarde publique un artículo sosteniendo: "Ok, estuvimos viendo más información relevante, atendimos a otros argumentos y cambiamos nuestra posición, ahora recomendamos comprar bitcoins". Una vez plantada la marca inicial, se dispara una dinámica que tiende a fosilizar esa postura, en un fenómeno de "maldición de los expertos". En una cuestión que involucra tantos sistemas complejos que vale la pena atenerse a una máxima del físico ruso y tecnólogo Andrei Vazhnov: "Si no tenés que tomar una decisión al respecto, conviene no tener una opinión fuerte sobre un determinado tema".

Aunque muchos criptoentusiastas descalifican las críticas que aparecen en medios y redes sociales con un: "Pobres, no entienden nada, ellos se lo pierden", lo cierto es que una cobertura negativa sobre el fenómeno bitcoin o los modelos de negocios basados en blockchain no es trivial para el futuro éxito o fracaso de estas actividades, que dependen fuertemente de expectativas autocumplidas.

Los grandes fondos institucionales -cuya participación se aguarda para 2018 en inversiones en bitcoins como un signo de madurez de este mercado- van a ser más renuentes a entrar si el relato que se impone en 2018 es el de "cuántas semanas faltan para que se pinche la burbuja".

Como sostuvo hace tres domingos el economista de la Udesa e investigador del Conicet Walter Sosa Escudero en esta misma columna, en el storytelling se juega la validación social de una determinada tecnología. "Pasa algo parecido a lo que sucede con la velocidad de la luz -escribió el economista-, que impone un límite superior al resto de las velocidades: en lo que se refiere a la construcción de acuerdos sociales, la tecnología no puede avanzar más rápido que la tasa a la cual la sociedad entera puede garantizar su comprensión y transparencia".

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